3/8/11

Mi pequeño fenix


Siempre se me hizo difícil expresar mis emociones y sentimientos. De hecho, podría asegurar que era sumamente raros los momentos en los que lo hacía. ¿Llorar? Era una de las cosas que más me costaba hacer. Pero todo cambio esa noche del 29 de abril de 2003.
Eran aproximadamente las 7:45pm, la hora de la que normalmente volvía de mi trabajo de cajero en el banco de Venezuela. Crucé la calle mientras me despedía de Amy, una de las colegas de mi trabajo que siempre me daba el empujón en su auto a casa. Ella era delgada, de piel blanca y cabello negro, sus ojos tenían un color extraño era como un azul grisáceo, sumamente hermosos. Saqué las llaves de mi bolsillo para abrir la puerta, pero un leve llanto me impidió seguir el camino a mi departamento. Intenté seguir el sonido del llanto que parecía venir de un callejón diagonal al edificio donde yo vivía. Avancé unos cinco pasos y me asomé en una pequeña cajita de cartón que estaba cubierta por una manta rosa de ositos. En mi mente surgió la extraña idea de que dentro de esa caja había una bebe abandonada.
Efectivamente, era una bebé: de cabello rojizo y piel blanca, apenas y llegaba a abrir un poco los ojos, parecía tener solo unos días de nacida. Por mi mente pasaron innumerables preguntas sin respuesta, no podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Fueron tantas las emociones que sentí en menos de medio segundo, tantas que no sabría describirlas ni mucho menos enumerarlas. Me quedé petrificado y al cumplir el segundo de haberla visto fui cautivado por sus hermosos ojos grises llenos de lágrimas. - ¿Qué debo hacer? – Pensé - ¿Irme y dejarla aquí a la deriva? – me preguntaba conmocionado.
—No, definitivamente no podía hacerlo, y mucho menos tras esa hermosa sonrisa con escases de dientes que me había regalado esa hermosa bebé al verme.
La tomé entre mis brazos envuelta en su mantita  rosa de osos. Se me hizo algo difícil lograr cargarla de una forma cómoda, no estaba seguro si sería un buen padre algún día y mucho menos que haría con esta bebé y como la alimentaría. No esperé un segundo más y subí a mi departamento, por suerte nadie me vio con la bebé ni por el ascensor ni los pasillos, mucha suerte diría yo, aunque no comprendía ¿Por qué o de que me estaba ocultando?
Entre y recosté  la bebé sobre mi cama. Empecé a temblar de nervios y ella empezó a llorar de nuevo. Estaba preocupado pues si algún vecino la escuchaba seguro sospecharía algo y no quería que se supiera nada, al menos no todavía. Tomé mi celular y salí a la sala del departamento para llamar a Amy, ella seguro sabría ayudarme. Marqué su número unas cinco veces antes de que me contestara. Eso me frustró.
—¿Qué sucede Víctor? – contestó Amy
—Necesito que me hagas un favor ¡URGENTE! – respondí desesperado
— ¿Te paso algo? – preguntó preocupada
—No, solo necesito que me compres pañales, biberones, leche para bebés recién nacidos y algo de ropa para nena.
—¿Te has vuelto loco? – sonó confundida
—Solo hazlo por favor, te lo pagaré aquí.
—Bueno. En 15 minutos estoy allá.
—Bien, te espero. Gracias! – colgué la llamada y comencé a caminar el círculos pensando que podía hacer para que la bebé dejara de llorar, la cargué de nuevo entre mis brazos y empecé a mecerla, pero nada, el llanto cada vez era más fuerte. — Duerme linda, duerme. – Cantaba mientras la mecía para que dejara de llorar. Estos eran los momentos en los que realmente eran necesarios una canción de cuna y para colmo no me sabía ninguna. — Diablos – pensé.
Estaba comenzando a estresarme, no sabía cuánto tiempo había pasado desde que llamé a Amy, ¿unas tres horas tal vez?, y ella nada que volvía con lo que le había encargado. ¿Dónde rayos se habrá metido?
Tomé mi celular para llamarla de nuevo y de pronto escucho sonar el timbre. Me asusté al escucharlo, por un momento pensé que sería la conserje o tal vez algún vecino. Se me hizo algo difícil sostener el teléfono con la cabeza mientras llamaba nuevamente a Amy y dejaba al bebé sobre el sofá para ir a abrir la puerta. Era Amy, colgué el teléfono de inmediato.
—¿Dónde estabas? Dijiste 5 minutos y han pasado como 3 horas desde que te llamé – dije desesperado.  — Adelante – arrebaté de sus manos las cosas que le había encargado.
—¿Estás loco? ¿Qué te sucede? Solo han pasado 11 minutos desde que me llamaste
—Da igual, pasa. – dije y me senté para abrir las bolsas. Leía las instrucciones para aprender algo pero fue en vano, no tenía idea de que debía hacer para alimentar al bebé. Y al fondo escucho retumbar entre los dolores de mi cabeza a Amy decir: — ¡Oh por Dios!
—Ah cierto, no te había dicho. Bueno. Te cuento luego que fue lo que pasó, ayúdame a alimentarla primero.
Eso ocurrió, le dimos su biberón y le conté a Amy como fue que encontré a esa hermosa criatura. Esa noche Amy se quedó para ayudarme. Sin duda esos berrinches de madrugada no me cayeron nada bien, desperté cansado, sin ánimos de nada al igual que Amy. Por suerte era domingo y no había que trabajar, estaba muy emocionado por la bebé pero bastante preocupado pues sabía que no era legal la manera en la que la tenía. De una forma u otra debía pensar en algo rápido. Ignoré el hecho de que había algo que no estaba haciendo bien y salí junto a Amy a comprarle cosas a la bebé. Acondicionamos el otro cuarto de mi departamento para ella con osos de peluches una cuna y el resto de las cosas necesarias. Había quedado hermoso, ahora debía preocuparme en quien cuidaría a la bebé cuando yo fuera al trabajo. A su vez Amy no estaría allí para atenderla de madrugada y mucho menos estaba convencida de que debía quedarme con la bebé sin antes haber acudido con las autoridades. Ella me dejó bien en claro que me daba su apoyo en todo lo que necesitara la bebé pero que no se hacía responsable por las consecuencias que esto podría traer en un futuro.
Mi rendimiento en el trabajo fue decayendo demasiado, mi jefe habló conmigo y me dijo que no podía permitir la forma en las que en los últimos 3 meses me estaba presentando, me ofreció ayuda por si estaba en drogas o algo por el estilo. ¿tan fea era mi apariencia?. Estaba preocupado, había sido despedido, al menos la renta del departamento ya no sería problema. Con el dinero de la liquidación me alcanzó para comprarme una pequeña casita a las afueras de la ciudad, allí no debería dar explicaciones por la bebé a nadie, simplemente diría que era mi hija con Amy, en eso fue lo que quedamos pues nadie podría saber la verdad y no sabía hasta cuando la ocultaría.
Pasaron 7 meses antes de que pudiera encontrar un nuevo trabajo, Amy habló con un amigo que me ofreció uno en su agencia de autos, un buen comienzo. Ya no sabía cómo agradecerle a Amy por todo lo que estaba haciendo para ayudarme, con el tiempo logré conseguir el puesto de gerente. Alice Nichole, fue así como llamé a la bebé; ya estaba grande, tenía tres años. No había cambiado mucho solo tenía una piel más pálida que antes, aun conservaba su hermosa sonrisa, solo que esta vez si tenía dientes.
No sabría describir como me sentí el día en el que por primera vez me dijo papá. Fue hermoso, quise también saber qué fue lo que sintió Amy cuando le dijo mamá pero no logré aclarar esa duda.
Sabía que tarde o temprano debía dar la cara ante las autoridades y temía perder a Alice, para adoptar era necesario estar casado y tenía miedo a ser rechazado. Siempre sentí algo bastante fuerte por Amy, pero nunca me arriesgué a decírselo por miedo a perderla.
Siempre me sentí perfecto al estar junto a ella, y esa noche mientras descansábamos frente a la chimenea ardiente de mi casa dejé escapar un suspiro al viento, removí el cabello que ocultaba su oído y mientras descansábamos en silencio le susurré, Amy,  cásate conmigo; promete que no te apartarás jamás de mi lado.
Clavó su mirada en mí, tan intensa y hermosa como siempre y me besó.
—¿Eso qué significa? – pregunté emocionado.
—Si quiero casarme contigo. – respondió. La abrazé, sonreí y nuevamente la besé. Después de todo, estos 5 años que teníamos cuidando a Alice nos habían unido demasiado. En pocos meses ella debería estar empezando la escuela y no teníamos los papeles que confirmaran que ella era nuestra hija, fue el problema que estuve ocultando desde un principio. Pero en sí eso no era lo más difícil de todo.
Alice empezó a sufrir una serie de enfermedades, como vómitos, fiebre, frío, dolor en los huesos, tosía con frecuencia y muy largo. También tenía muchos hematomas alrededor de las piernas y los brazos. Durante estos 5 años ella jamás se había enfermado, de una alergia o fiebre  no pasaba. Pero esto definitivamente no era normal y se me estaba saliendo de las manos.
De inmediato Amy y yo decidimos llevarla al doctor, una clínica local no muy lejos de donde vivíamos. Estaba consiente que este sería el primer paso para enfrentar el problema que por muchos años estuvimos ocultando. Pero eso no me preocupaba demasiado ahora. Alice estaba enferma y no tenía idea que era lo que tenía. Llegamos a la clínica y el médico la examinó, pude notar esa mirada vacía y preocupante, mandó a hacer unos exámenes de urgencia antes de poder darnos un diagnóstico. Fueron tres horas que para Amy y para mi fueron eternas, recibimos el resultado pero no entendíamos nada de lo que decía fuimos con el médico de nuevo…
Mi corazón se desgarró de un momento a otro al enterarme que Alice tenía Leucemia Linfocítica, uno de los tipos de cáncer de sangre. – Lloré junto con Amy mientras la abrazaba - ¿Cómo podía ser posible esto? Era tan solo una bebé… Inaceptable, no podía creerlo, pero era un hecho. Alice estaba enferma de Leucemia. De inmediato procedieron con la hospitalización pero al parecer la enfermedad estaba muy avanzada. Había una posibilidad en 1 millón de que ella se salvara. – Tragué amargo y entré a la habitación donde estaba mi bebé, mi pequeña, mi princesita. La niña que le había dado color a mi vida. Hice un gran esfuerzo para no llorar frente a ella, tan tierna.
—¿Qué sucede papi? – me preguntó con su voz bastante débil.
—Nada mi amor. Estarás bien. – Mentí y la abrasé para que no se diera cuenta que estaba llorando frente a ella.
—¿Papi?
—Dime – dije con voz quebrada y secando un poco mis lágrimas.
—¿Estás llorando? – preguntó
—No mi amor. Estoy algo cansado es todo. – Mentí de nuevo.
—Bueno, por que yo no quiero que llores papi. Te ves feo. – dijo tan dulce mientras arrugó su cara. Dejé escapar una sonrisa.
—No princesa, no lloraré. Te amo.
—Yo también te amo papi. – murmuró y besó mi mejilla. Esas palabras penetraron mi corazón de piedra y lo hicieron polvo desde adentro dejando solo una delgada capa agrietada.
Pasaron dos meses, habíamos estado recibiendo apoyo de conocidos para los gastos de la clínica que cada vez se hacían más y más costosos. También estaba enfrentando cargos por haber ocultado a la menor por tanto tiempo, era lo menos que me importaba, solo quería ver a mi pequeña levantarse de esa cama para seguir creciendo, luego encontraría la manera de solucionar el problema que desde un principio decidí ocultar.
Cada noche, recostado sobre las frías cillas de la clínica en mi mente se repetían constantemente esas palabras que decían: “Se acerca, Aquí viene, está por llegar el día que tanto le temes” – lloré de nuevo –
Tomé una revista que estaba sobre un mostrador y empecé a leer esa historia que tenía por título “mi pequeño fénix”. Recordé todos esos momentos tan hermosos que me había hecho sentir mi bebé. Si tan solo mis lágrimas tuvieran el mismo poder que las lágrimas del ave fénix… Si tan solo una gota de ese líquido derramado por mis ojos pudiera curarla… Yo sería… Yo sería eternamente feliz… - pensé.
Mi pequeñita, mi ángel, mi Alice Nichole… Mi niña, ya no tendría tiempo para jugar, solo permanecería acostada en una cama mientras su vida se consume como una llama a un papel. Si tan solo, ese papel fuera más fuerte que las llamas. Si tan solo ella fuera mi pequeño fénix. Y alzara su mirada desafiando todo, si alzara su mirada que mantiene a una eternidad clavada en ellos. Si tan solo ella fuera una niña pequeña tan fuerte como la llama que la consume…
Sabía que no pasaría, cada día ella empeoraba más y eso de las lágrimas del fénix no era más que un cuento de hadas, y parecía que Dios había apartado su mirada de mi lado. – Lloré por milésima vez al ver que el pulso de Alice se detuvo. No, no podía pasar. Alice no podía morir allí. – lloré- Llamé a los enfermeros y doctores. Todo ocurrió en cámara lenta. Amy lloraba de una forma tan inusual, gritos de dolor se escuchaban retumbar en aquella clínica. La abrazaba mientras yo también lo hacía, la apretaba fuertemente en medio de ese mar de lágrimas. Los médicos intentaron reanimarla pero fallaron en el intento. No, No estaba dispuesto a perder a mi princesita. No quería. No lo aceptaría. No me lo permitiría. Entré a la habitación y lloré mientras tomaba su pequeña manito.
—Despierta mi amor, por favor despierta. – murmuraba entre lágrimas.
—No hay nada que hacer señor. La niña falleció – escuché decir a una de las enfermeras que intentaba apartarme del cadáver de mi princesa. Salí abatido, no podía dejar de llorar. Ligeramente volteé mi mirada y la fijé sobre Alice. Inexplicablemente de su ojo veo correr una gruesa lágrima que se deslizó por sus mejillas coloradas y entró a su boca atreves de sus rojizos labios.
Cerré mis ojos, lloré y suspiré. Milagrosamente el pulso cardiaco empezó a moverse de nuevo. El bip, bip de la máquina devolvió brillo a mi mirada. Lloré de felicidad, abrazé a Amy muy contento. Los médicos intervinieron, y no encontraron explicación ante milagroso hecho. Los cargos por mantener oculta a Alice fueron revocados, ella ahora tiene 16 años, es hermosa saludable y le encanta cantar. Estaba casado con Amy quien esperaba un bebé nuestro, otra razón para vivir. Y yo, sigo con la certeza firme de que Dios es uno y que Alice Nichole es mi pequeño fénix…
FIN

Copyright © 2010-2011 ~ Derechos reservados            Autor: Víctor Yustiz

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